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LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS Y LA GRAMÁTICA

      

Tengo una amiga, joven ella, que me escribe a menudo y a la que – he de confesarlo – no le entiendo casi nada. Me manda correos electrónicos, y a veces también mensajes al teléfono móvil,  en un lenguaje de abreviaturas  y puntos absolutamente desquiciante, al que me asomo con esa sensación de riesgo y de vértigo con que me subo a un tiovivo. Es que lo de mi amiga es penoso, créanme. Da la sensación que las palabras han ido perdiendo letras por el camino. La cuestión es reducir el texto al mínimo (aunque no sé por qué llamo texto a ese galimatías). La práctica de semejante trituración del idioma es más frecuente, según parece, entre la gente joven, aunque no en exclusiva. Se comunican entre ellos así. Pero no deja de tener su aquel un cierto uso de esta artimaña lingüística también en personas mayores que, vaya usted  a saber si no se sienten más jóvenes. Y de paso lo aparentan.  Unos y otros ganan tiempo y pierden ortografía. A ver si estamos creando colectivos humanos adictos a a la destrucción lingüística…

       Según noticias de la agencia EFE, que es muy seria, un estudio realizado por un equipo de psicólogos británicos llegó a la alarmante conclusión de que escribir mensajes con el teléfono móvil y correos electrónicos de manera obsesiva puede disminuir el coeficiente intelectual hasta dos veces más que fumar marihuana. El trabajo, encargado por la compañía informática Hewlett Packard  – muchas gracias por el detalle – avisa de que estas formas de comunicación se han convertido en un fenómeno peligroso que los expertos han dado en llamar “infomanía”, y que los obsesionados con los “sms” pueden llegar a ver reducido hasta diez puntos su coeficiente intelectual. Sí, los resultados del estudio en cuestión se antojan un tanto exagerados. No tienen ustedes por qué tirar el móvil de su niño en un contenedor. Eso sí, no se lo compre de ultimísima generación e invierta ese dinero en un buen diccionario de la lengua. Todavía estamos a tiempo de que recupere el vocabulario normal y nos devuelvan los puntos del coeficiente.

En parecido orden de cosas, me vienen a la memoria otros tiempos, pero los hubo, en el que proliferaron los mensajes de texto enviados por los telespectadores que aparecían en la parte baja del televisor en determinados programas. Todo un monumento a la incultura y a las faltas de ortografía. En buena parte, y por fortuna, han desaparecido. ¿Recuerdan? Las palabras discurrían a pie de imagen (a veces la imagen era tan analfabeta como la escritura de abajo) persiguiéndose unas a otras a todo correr. Eso aliviaba el dislate y daba menos fijación a los disparates gramaticales. Por eso, en mi casa, inventamos un juego la mar de divertido, con grandes y pequeños, bastante educativo. Lo llamamos “la caza del gazapo”. Cada pieza valía un punto. Cuando la pieza era una auténtica barbaridad, uno de esas faltas que dejan a la gramática dolorida por días, te ganabas dos puntos. Con ese tipo de reparto, los cincuenta puntos se acumulaban en un pis pas.

Luis Úrbez

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