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ECONOMÍA DE LAS CARICIAS

No puedo evitar situarme en el ambiente de incertidumbre en el que vivimos, porque las costuras del mundo, y también de nuestro pequeño mundo, se están descosiendo por muchos lados… Me dejaréis que no me detenga en detalles, en todo caso obvios, porque no se trata de oscurecer nuestra mirada. Pero precisamente por ello, creo que será bueno reflexionar sobre la “economía de las caricias”.

Voy a intentar explicarme: la economía de las caricias según Carlos Steiner, es el modo cómo negociamos nuestras caricias con otros, el modo de ofrecerlas y recibirlas, de conseguir armonizar lo que buscamos con lo que conseguimos del reconocimiento afectivo con los que más queremos. Economía de las caricias es un aprendizaje para llegar a estar más gratificados a la hora de relacionarnos con los demás. Y es un aprendizaje que necesitamos practicar más, y quizá mucho, muchísimo más.

No hay que explicar lo que es obvio: necesitamos caricias, no sólo retenidos gestos de amor corporal, también palabras atentas, miradas comprensivas, íntimos trazos de amor sobre nuestra geografía corporal y vital. Y las necesitamos como signo de reconocimiento, como signo de aceptación de lo que somos, por encima de lo que hacemos e incluso de lo que representamos en el día a día.

Lo más curioso es que entre nosotros, de cuando en cuando, aparecen roces, incomprensiones, es decir: caricias negativas. William Faulkner, dice en una de sus mejores novelas: “Las palmeras salvajes”: “Entre el dolor y la nada prefiero el dolor”. Preferimos el dolor a la nada, a la irrelevancia, a la invisibilidad. Son disfunciones que se generan de manera inconsciente cuando no conseguimos las caricias positivas que precisamos.

Provoco una caricia negativa para llamar tu atención, actúo de forma agresiva para que me hagas caso, para que me quieras… Qué contradicción, ¡aunque sólo aparente! En las relaciones amorosas se crea a veces la necesidad de provocar al otro, bien por los miedos inconscientes, bien por la demanda de afecto. En realidad, son comportamientos que sólo pretenden reconocimiento, por eso las podríamos llamar el revés de una caricia, es decir: caricias negativas, las pedimos porque creemos no poder conseguir las positivas.

  Se trata de cuidarnos más, se trata de respetarnos más, de buscar la proximidad para estar bien los dos; se trata de dar alas, de cooperar en lugar de competir. El objeto del competir debo ser yo, contra mis propios umbrales de limitación. ¡Somos fuertes cuando no competimos, cuando no hay vanidad, ni egos irritados, ni ofensas del uno al otro o a la otra! Sólo entonces podremos superar la incertidumbre, las crisis, y estaremos equipados para lograrlo juntos.

Sólo nos podemos comprometer afectiva y realmente con alguien si tú eres confiable para mí y yo lo soy para ti, y en ese compromiso de lealtad nace la calidad de cercanía, la resistencia intima, porque se alimenta de la confianza, que siempre debe ser total. Confiamos o no confiamos, ése es el dilema. La lógica del amor y la cooperación nace de la lógica de la confianza. Nuestro existir es un permanecer en la proximidad, cuidando más que dominando. Acompañar y cuidar son expresiones de la proximidad, y ésta, a su vez, resulta ser el carácter más distintivo del mundo de lo cotidiano.

Termino: es en lo cotidiano donde nos estamos jugando el futuro, porque la promesa se teje siempre en el presente, aunque se proyecte para el futuro. Es en lo cotidiano donde tenemos que darnos, a manos llenas, el afecto expresado de mil modos y recibido sin temor y sin ansiedades. Regalémonos caricias positivas, gestos de ánimo y de amistad tierna, volquemos en nuestros cuerpos toda la gratificación, los besos, los abrazos, las caricias que nos van a asegurar el futuro que vemos tan frágil, pero que juntos tan ardientemente deseamos.

Xavier Quinzà Lleó, SJ – Centro Pignatelli, 2018

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