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APUNTES PARA UNA ESPIRITUALIDAD DEL CAMBIO

Los jesuitas cuentan que la Compañía de Jesús ha tenido tres grandes fundaciones o re-fundaciones a lo largo de su historia, curiosamente lideradas o acompañadas por tres religiosos españoles que fueron testigos de tiempos complejos: la del fundador, san Ignacio de Loyola (1491-1556); la de san José Pignatelli (1737-1811), jesuita zaragozano a quien tocó vivir (y liderar) los convulsos y oscuros tiempos de la expulsión y supresión de su orden, sin llegar a conocer su restauración; y la de Pedro Arrupe (1907-1991), que fue Prepósito General de la Orden entre 1965 y 1983 y a quien la Iglesia acaba de abrir un proceso de beatificación.

La vida de Arrupe es, como ha relatado Pedro Miguel Lamet en su biografía, la de un testigo excepcional del siglo XX y un profeta del siglo XXI. Arrupe vivió tiempos de grandes cambios y transformaciones. Y en su testimonio podemos encontrar interesantes pistas para una espiritualidad que haga frente tanto a la “novofobia” como a la “novolatría”; es decir, tanto a la parálisis y el miedo al cambio como a la obsesión idolátrica por lo distinto o lo nuevo. Que sea capaz de resistir tanto a la tentación del protagonismo vanidoso (la ambición del poder de quienes quieres pasar a la historia) como a la de huir de la contingencia del compromiso histórico. Una espiritualidad que es consciente de que el cambio exterior está en relación con el cambio o la conversión interior, y que esta es un proceso continuo que para él tenía su centro en la experiencia de Jesús.

Para cada uno, qué duda cabe, Arrupe significa una cosa distinta, y cada uno tendrá su imagen de él o subrayará una constante o rasgos de su vida. Algunos de esos rasgos podrían servir como apuntes para esa espiritualidad del cambio.

  • La búsqueda constante: Arrupe da la impresión de ser un constante buscador, siempre inconforme, lo que no quiere decir insatisfecho; o insatisfecho pero no resentido o descontento. La búsqueda profesional, vocacional, misionera… La búsqueda que incluso nace de la pérdida o de la desorientación, y de la confianza en Dios. Pero una búsqueda no es necesariamente una huida, no consiste en “reinventarse” tratando de escapar, sino en profundizar con agradecimiento en lo que uno es afrontando las nuevas circunstancias.
  • En esa búsqueda todo es importante, nada sobra: el encuentro personal, la formación, las relaciones, los pequeños y grandes proyectos, la cotidianidad… La conversión y la misión no está solo en las grandes decisiones políticas o eclesiales, sino en las pequeñas cosas. Por eso es importante aprovechar todo, en una especie de “carpe diem” cristiano que nace del agradecimiento.
  • Y además y sobre todo, nadie sobra. Más aún, el encuentro con los otros es el encuentro con el Otro. El Otro está en los otros, y especialmente en los más débiles, los que sufren. Qué importante es en Arrupe la experiencia de la enfermedad: al principio como médico y al final como enfermo. El Dios de Jesús es un Dios que cura y consuela en la dificultad.
  • El exilio permanente. Da la sensación de que Arrupe vivió en un continuo exilio: de su familia, de su inicial formación universitaria, de su país (con la disolución de la Compañía de Jesús en España), luego a Estados Unidos, al Japón, luego a Roma… siempre “saliendo de si”, de lo conocido. Y en esa provisionalidad, en esa inseguridad, es en la que encuentra precisamente la presencia de Dios: “Tan cerca de nosotros no había estado el Señor acaso nunca, ya que nunca habíamos estado tan inseguros”.
  • La paciencia. Arrupe insistía a menudo en la paciencia: “Debemos tener paciencia con nosotros mismos y con nuestras comunidades; porque no podemos en pocas semanas, o incluso en dos o tres años, aligerar la carga que hemos estado soportando y que ha frenado la marcha de nuestro peregrinaje. Debemos ser pacientes, también, cuando constatamos que no podemos responder a todas las demandas…”. La paciencia es la que ayuda a afrontar los diferentes tiempos de “maceración” personal y espiritual (por utilizar una palabra que utilizaba el propio Arrupe): los tiempos de desierto, de explosión, los largos años de estudio, las esperas no deseadas… Es esa paciencia la que permite distinguir la voluntad del voluntarismo y confirmar que mi centro en mí no soy yo. Y para ello es necesaria la ayuda de los compañeros, de los otros, de la comunidad.
  • El “éxito” del fracaso y el sentido de lo torcido. El propio Arrupe dijo en alguna ocasión que su vocación “no fue una línea recta” y algunos también podrían pensar que el resultado de su gestión al frente de la Compañía tampoco fue una experiencia de “éxito” (enfermo, teniendo que presentar su renuncia, con la Compañía intervenida…). Pero como dice Pablo D’Ors a propósito de Charles de Foucauld, un éxito evangélico suele reconocerse porque tiene el aspecto de un fracaso humano (El olvido de sí). Algo de eso, seguramente, también podemos aprender de Arrupe.

 

Para leer más:

Gianni La Bella (ed.): Pedro Arrupe, General de la Compañía de Jesús. Nuevas aportaciones a su biografía, Bilbao, Mensajero, 2007.

Pedro Miguel Lamet: Arrupe. Testigo del siglo XX, profeta del XXI, Bilbao, Mensajero, 2016.

Martin Maier: Pedro Arrupe. Testigo y profeta, Santander, Sal Terrae, 2007.

 

Andrés García Inda

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