Esperemos que esta pandemia nos haga más conscientes y responsables. Seguramente seremos más limpios y puede que menos afectuosos. Valoraremos el momento presente, la familia y los amigos, y que todos dependemos de todos. No nos importará invertir, como país, en un buen sistema sanitario, y a los maestros se les apreciará más.
Pero hay un asunto del que apenas se está hablando: el principal vector de propagación del coronavirus por el planeta, han sido los aviones. El virus viajó de China a Europa en avión, y lo mismo a América, Japón, Australia, la isla de Pascua, etc. Y esto nos tiene que hacer reflexionar, ya que España es el segundo destino turístico mundial.
Sólo hay un lugar en la Tierra en el que se extreman las medidas de desinfección: las islas Galápagos. Para acceder a ellas hay que pasar rigurosos controles. Se quiere evitar, a toda costa, que ninguna especie exótica pueda destruir este paraíso de la biodiversidad.
¿Y el resto del planeta? ¿Aceptamos resignados este “daño colateral” de la globalización? En el supuesto de que tengamos la vacuna, puede que no nos importe, pero ¿Y si no la hay o no es suficientemente eficaz y afecta a nuestros seres queridos más vulnerables?.
El avión que trajo a compatriotas nuestros desde Wuhan fue desinfectado a conciencia, y sus ocupantes estuvieron aislados una quincena. ¿Y el resto de los aviones que surcaron los cielos en esos mismos días? ¿Y sus ocupantes?
Desinfectar un avión cuesta unas 5 horas. Las compañías lo hacen cada 30-45 días. Ahora, algunas anuncian que lo pueden hacer en una hora, con decenas de personas trabajando a la vez en el interior de la cabina. Además dicen que el aire acondicionado de los aviones pasa por unos filtros similares a los de los quirófanos.
Entonces podemos fiarnos de los aviones, aunque evidentemente los billetes serán un poco más caros. Pero ¿Y las personas que viajan en los aviones? La actual pandemia ha demostrado que individuos sin ningún síntoma, sin fiebre ni tos, transportan y transmiten el virus.
En Wuhan están probando con una especie de pasaporte electrónico, una aplicación que hay que llevar en el teléfono móvil, y que te tiene geolocalizado en todo momento. Las autoridades podrán ver tu historial y decidir. ¿Será ese el futuro que nos espera? ¿Seguirán viniendo millones de turistas a España con esas condiciones? ¿Nos podemos permitir, como humanidad, seguir con este “lujo” de la movilidad poco responsable?.
Javier San Román