CUESTIÓN DE CONFIANZA

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CUESTIÓN DE CONFIANZA

Me tienen harto. Nacido en cuanto acabó la guerra civil española, esperé lo mío hasta salir del túnel de la dictadura y poder ejercer el derecho de voto y elegir a mis gobernantes. Emprendíamos el camino esperado e ilusionante de la democracia. Una clase política nueva y plural se ponía al frente de la cosa pública. Comenzaba el juego, para muchos recién estrenado, de partidos y partidarios. Las ideologías a pie de calle, el rifirrafe parlamentario, el contraste de proyectos para el futuro, la batalla por el poder también, claro, pero allí no se linchaba a nadie.

Hoy el despiece y desguace de los políticos prevalece sobre cualquier otro método de debate o proposición. Lo dicho. Harto me tienen. Harto y casi sin ilusión alguna en la vida política española. La he perdido entre tanto insulto y descalificación diaria de sus actuales y más altos protagonistas.

Este clima maloliente en despachos, pasillos, medios de comunicación, y, por descontado en el mismo Parlamento, ha logrado dar al traste con mi esperanza antigua. Y no es cosa de ayer. Llevamos años de contaminación. Demasiado tiempo perdido buscando en las cloacas razones para subsistir o para derribar, en lugar de hacerlo en el debate abierto, en el análisis objetivo de los hechos y en el uso inteligente y honrado de la información.

En su día fue la telebasura, que por nuestros pecados dura. Ahora el desafuero va mucho más allá de esos programas televisivos en que se ventila la intimidad y se maltrata la dignidad, y la basura avanza incontenible hacia ese territorio en el que el respeto, la altura de miras, la  confrontación ideológica, y la búsqueda del bien común y la verdad posible deberían ser príncipes.

¿Nuevos proyectos? ¿Voluntad de reforma? ¿Propuestas alternativas? ¿Búsqueda compartida del bienestar de la ciudadanía? ¿Afán sincero de que todo vaya mejor? Nada de eso. Operación constante de acoso y derribo. Programas encaminados más a dar en la cresta y a mantenerse en el sillón que a construir futuro.

Lo están consiguiendo. Por una parte, la desafección de los que nos unimos un 27 de febrero plenos de crédito en la democracia, y por otra, el casi absoluto descompromiso político de las nuevas generaciones.

La clase política española ha descendido varios escalones en el aprecio de la gente. El peligro es que este bajón acabe corroyendo al sistema mismo de organización social y de gobierno que nos dimos en su día. Lo admito, estoy perdiendo la ilusión. En definitiva, por falta de fe. Porque sabido es que la fe es cuestión de credibilidad y de confianza.

Luis Úrbez Castellano, S.J.

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