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EL INFLUJO DE LO DÉBIL

Uno de los principales efectos del sistema social en nuestras vidas es la percepción de incapacidad que esta cultura nos produce para influir en los contextos negativos. Parece que seamos liliputienses frente a un gran Gulliver imposible de vencer, al que nos sentimos siempre sometidos. Sin embargo, todos los días percibimos como un pequeño rumor que se extiende provoca la caída de la bolsa o una suma de pequeños agravios provocan un motín carcelario.

Los sistemas complejos de nuestra sociedad están ligados a innumerables efectos no previstos, movimientos pequeños, que, al retroalimentarse, pueden producir grandes consecuencias. Tanto en la naturaleza como en la sociedad se producen estos efectos de variedades y complejidad muy grandes. Es el llamado “efecto mariposa” (Lorenz). “El vuelo de una mariposa en la Amazonía provoca un tifón en las islas Fiyi”. Es el poder de lo que no parece tener poder, la fuerza de una influencia muy sutil que desencadena efectos imprevisibles.

Nos confesamos cautivados por ese tipo de poder: el no poder. Lo que nos nutre es que el “influjo de los débiles” puede ser mucho mayor de lo que nos parece. Aplastados como estamos por la impresión de que fuerzas mayores y oscuras rigen nuestras vidas. Este espejismo es el que intentamos vencer desde un tipo de acción de “contrapoder”, que es un empoderamiento real en nuestra sociedad: el de los vulnerables, las mujeres, los migrantes, los desplazados, los ingenuos o todavía… esperanzados.

Eso es lo que nos sugiere la dinámica del influjo de lo débil: que somos capaces de ejercer influencia negativa o positiva desde lo que somos. Que nuestro ser y nuestra actitud conforman el clima en el que vivimos, y que, si somos genuinos, felices, auténticos, positivos, generamos un clima mejor en los que nos rodean: familia, amistad, grupos de trabajo, etc.

El poder positivo del efecto mariposa implica que cada uno es responsable del bienestar de todos, que la bondad individual repercute en los demás. Somos partes de un todo y en nosotros la incertidumbre y la duda también están presentes. El “poder”, por el hecho de vivir en “sistemas abiertos”, radica en que estemos atentos a lo que sucede, que descubramos el momento feliz de intervenir, la pequeña causa que provocará un efecto mayor.

Con frecuencia, al pretender cambiar, o incluso mejorar, generamos ansiedad y forzamos el equilibrio creador, pudiendo provocar a veces un desastre mayor. No nos enfrentemos a la presión del poder con otro poder, no nos confrontemos con la confrontación, sino con un espíritu capaz de comprometer nuestra creatividad en cada momento. Así ejerceremos la sutil influencia, aunque quizá no veamos siempre sus resultados, ni sepamos cómo hemos contribuido al cuidado y la mejora del conjunto del planeta.

   Lo que parece imposible se hace posible por medio de pequeños gestos: reconocer un fallo, sonreír ante una ofensa, devolver bien por mal, etc. Son gestos evangélicos que nos animan a una resistencia activa frente al mal, pero no oponiéndonos, sino intentando desarmar al adversario y lograr la reconciliación.

Lo más importante ahora y siempre es ser auténticos, verdaderos en sí mismos y ejercitar los valores de la comprensión, el respeto y la compasión. Cultivar un corazón solidario para aprender a perdonar, acoger y aceptar al otro en su alteridad, para mantener habitable el mundo, un hogar para todos sin excepción.

Xavier Quinzà Lleó, SJ – Centro Pignatelli

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Centro Pignatelli
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