Es que uno está ya harto. Por eso, a riesgo de pelmazo, me pongo a una de las tareas más frustrantes e inútiles de un comentarista de televisión, y levanto la voz una vez más para demostrar mi desacuerdo con algunos de los programas que salpican – incluso manchan – nuestros televisores. Sacudidos últimamente por las cifras de escándalo exhibidas en los contratos del fútbol y, no digamos nada, de la corrupcion venal que no cesa, la otra corrupción, esa que llamábamos telebasura empieza a parecernos cosa de poca monta. Y ha tomado carta de ciudadanía como si tal cosa, colonizando, casi sin oposición alguna, espacio considerables en más de una emisora.
Hay programas – pongan ustedes el nombre – que son telebasura tal cual. Programas en los que la grosería, el escándalo, la intimidad maltrecha, la desvergüenza, la descalificación prematura, actúan, como el algodón, sin engañar a nadie. Su propio descaro les delata y el espectador sabe a qué atenerse, pero eso no mata al virus que sigue alcanzando a miles.
Invitados extravagantes y de escaso, cuando no morboso, currículum, inundan de estupideces la pequeña pantalla a cualquier hora del día, sobre todo de la tarde. Personajillos que no resisten un exámen de primaria sientan cátedra en cualquier cuestión sin que les tiemble el pulso. Testimonios vitales nada edificantes se ofrecen a la audiencia más joven, si no infantil, para que vayan aprendiendo lo que es la vida.
Espacios que se precian de utilizar información abundante y contrastada, muy en profesional ellos, no son sino tristes pasarelas, y a menudo chillonas, del cotilleo más rancio. Oleadas de machismo van y vienen por los platós. La vulgaridad, y también el insulto, arrinconan hasta la desaparición a la palabra bien dicha y a la más elemental educación. Aquel patán es una estrella y el más rarito vende criterio.
Y el mal no cesa. Tanto dura que da la sensación que falta voluntad en la política de algunos medios para encauzar los contenidos hacia otros cauces, y atender mejor al público que sirven – deberían…- y menos a la cuenta de resultados. – L. Úrbez