Lo de la violencia en el fútbol no es solo cuestión que se dirima sobre el terreno de juego. La hay en las gradas y en la calle cuando se juegan partidos de alto riesgo, que se dice. Alteraciones del orden y la integridad física, gamberradas intolerables, gente con la bufanda del club al cuello, el botellón en la mano, y ninguna sensatez en su haber. Y contra ella se manifiestan con toda cordura, los medios de comunicación social. Esa es la parte más visible, y detestable, de la violencia. Pero quiero referirme ahora a otro tipo de violencia, nada escandalosa, casi entrelíneas, que también hace su daño. Y que, por supuesto y por fortuna, no se puede comparar con la del palo y tentetieso, pero que deja también sus lesiones en el tejido convivencial y cultural.
Sospecho desde hace tiempo que tenemos algunos maltratadores de la lengua atrincherados en ciertos programas deportivos de la radio. Y más en concreto, y con enorme capacidad destructiva, en las retransmisiones radiofónicas de los partidos de fútbol. También en la televisión a veces velan armas en contra del buen uso del idioma. Pero son algunos comentaristas de radio, tanto cuando están en caliente como cuando se ponen en plan metafísico pelotero, los que no paran de fusilar el castellano.
Pudimos entender en su momento la irrupción de nuevos giros y expresiones de la lengua castellana provenientes del aterrizaje en los medios deportivos españoles de un buen número de profesionales de origen latinoamericano. Lo que no es de recibo es la mala utilización permanente de la lengua, de sus usos y costumbres, en boca de quien coge un micrófono y se pone a “chillarnos” en la oreja. Porque esos señores no comunican. Vociferan. Y lo hacen destrozando la gramática sin piedad. Destruyen las frases, en lugar de construirlas. Aseveran o niegan cuando quisieran decir exactamente lo contrario, porque en vez de colocar las partículas en su sitio las espolvorean sin ton ni son como se desparrama el azúcar.
Si se molestaran en acudir al diccionario para comprobar la significación puntual de muchos de sus vocablos se darían cuenta de que están tomando la carne con la cuchara y la sopa con el tenedor. Las palabras hay que saber utilizarlas. Mucho más cuando se vive de ello y se trabaja en un medio de difusión. Me da la sensación de que la violencia en el deporte pasa también por estas violaciones de lo correcto, de la norma y del buen gusto.
Vengamos al segundo caso. Es más esporádico, pero no deja de encender alarmas. Un domingo de estos tuve oportunidad de escuchar cómo un locutor radiofónico se lamentaba, durante la retransmisión de un encuentro, de que un jugador del club de su ciudad no se hubiera tirado al suelo en el momento oportuno para simular una falta. “¡Ahí hay que tirarse al suelo, hombre, si no, no hay nada que hacer!”. Es decir, que se lamentaba de la honradez y del buen comportamiento deportivo del futbolista.
Según el criterio de aquel periodista, o lo que fuera, al campo no se sale a jugar ni a competir según las reglas, sino a ganar como sea echando mano de las marrullerías que sean menester. Alguna vez habrá que poner fin a estos comportamientos indignos y forofos ante un micrófono. No se puede incitar a los malos modos ni al engaño el domingo y en caliente, y, luego el lunes escribir el comentario de turno reprochando la violencia en los campos de fútbol. Conductas así tienen sin duda también su parte de culpa en la agresividad reinante.
A lo peor estoy sacando las cosas de quicio. Es posible. Uno refunfuña más de lo oportuno con los años. Pero, “¡ojo al dato!”, que decía el Butanito.
Luis Úrbez