Acabo de escuchar el breve discurso del nuevo ministro de cultura, José Guirao, en su toma de posesión. El segundo ministro en menos de siete días. Pero esa es otra historia, como diría Nestor Patou, el barista de “Irma la dulce”. Y uno, que prefiere tender puentes a la ilusión antes que precipitarse en el desaliento, no ha podido evitar sentir algo de esa brisa refrescante y esperanzadora que acompaña a las escucha de actitudes y criterios compartidos.
Hace apenas unos días reclamábamos en este mismo blog al recién estrenado gobierno socialista la gestión de un nuevo y renovador impulso en la política cultural de este país. Lo allí dicho sigue en pie. Y, a tenor de lo oído al Ministro hace un rato, arriesgando quizás más de lo debido, me atrevo a barruntar ciertas sendas plausibles en la política cultural futura. El tiempo dirá, y a cada uno, a cada cosa y a cada proyecto, pondrá en su sitio. Y la realidad soberana proporcionará o recortará alas. Por el momento, lícito es – y gratificante mientras dure – alimentar la inicial confianza que despierta el talante, y el talento, del nuevo responsable del Ministerio de Cultura. Cultura y Deporte, sí, pero como les está pasando a los recientes ministros del ramo, no me siento capacitado para hablar más que de medio Ministerio, digámoslo así.
La primera grata impresión es que llega al cargo un hombre con un esmerado cultivo de la cultura propia y a la vez gestor real de la actividad cultural ajena. Ambas cualidades se me antojan de vital importancia para su trabajo al frente del Ministerio. Atrás quedan aquellos antiguos conflictos, convertidos luego en chistes, nacidos de la ignorancia del político, de quién era quién en el campo del arte, de la música o de las letras. José Guirao conoce de cerca el tejido cultural del país, tanto en lo referente a los ya consagrados y reconocidos por todo el mundo, como también a los valores creativos emergentes. Licenciado en filología hispánica, su conocida atención y apoyo a las vanguardias artísticas se funde con un hondo aprecio a los clásicos y a las humanidades. La presencia, creo que requerida, de la Ministra de Educación en su toma de posesión, tenía como objeto hacerla partícipe públicamente de la inquietud del nuevo ministro por las ciencias humanas. “La tecnología sin alma nos puede llevar a territorios que quizás no sea bueno transitar”. Una reivindicación que no debería diluirse en el olvido.
Alienta también nuestras expectativas, la demostrada capacidad gestora del nuevo ministro. Su paso por la dirección del Museo Reina Sofía, coexistente con gobiernos de distinto signo, y la puesta en marcha de la Casa Encendida, en Madrid, un centro cultural de vanguardia, lugar de encuentro para todos, que promueve la integración social y la participación ciudadana en la cultura contemporánea, son dos ejemplos de su buen hacer en dos ámbitos notablemente distintos y con intereses públicos diferenciados.
En la mesa del Ministerio le aguardan algunas cuestiones en curso de tramitación que tendrá que llevar a puerto…porque ya va siendo hora. La ley de mecenazgo, la rebaja del IVA cultural, o el estatuto del artista, algo de lo que se habla poco pero de urgencia vital para que muchos artistas mayores sin recursos – que los hay – no se vean desprotegidos al final de sus días.
Me gustó el valimiento de la cultura en la economía española que hizo Guirao ante la Ministra de Hacienda – que mire usted…también estaba allí – al recordar el papel protagonista del patrimonio histórico y artístico de nuestro país en la balanza turística, en el crecimiento de PIB. En fin, que la cultura necesita de ayudas es evidente, pero de ahí a considerarla un pozo de tragaderas sin fondo, o a pensar que es un lujo a duras penas permisible, hay un abismo.
Cultura de todos y para todos. Una aspiración justa y deseable al margen de banderías políticas o de interese particulares. Un derecho. ¿Quizás un sueño? Pues…que no me despierten.- L.Úrbez