Qué largo se me está haciendo esto de estar encerrados en casa. Y acaban de decir que tenemos que seguir así más días todavía. Yo me había hecho a la idea de que pronto saldría a la calle y de que la vuelta al cole estaba cerca, pero no. Papá y mamá a menudo hablan a solas entre ellos en voz baja y dejan de hacerlo cuando nos acercamos Fede o yo, y eso es muy mala señal. Quitando cuando se trata de hacer regalos o de sorpresas, los secretos entre mis padres y nosotros nunca han acabado en nada bueno.
A mi abuela le molesta mucho que diga que estamos encerrados. Estamos confinados no encerrados, hija. He ido a mirarlo en el diccionario. Confinamiento. Masculino. Pena aflictiva que obliga a residir en cierto lugar, en libertad, pero bajo la vigilancia de las autoridades. Luego un asterisco y la palabra destierro. Quitando lo de pena aflictiva, que no sé qué quiere decir, en lo demás el diccionario me da la razón. Confinar y encerrar es lo mismo. Pero no quiero discutir con mi abuela. Y menos ahora. Además está algo triste desde que hace un par de días, leyendo el sencillo árbol genealógico familiar que rellenó Fede en los deberes del colegio, vió que mi hermano pequeño, en la casilla para el nombre del abuelo, había escrito “no tengo”.
Todos los días sigo las clases de matemáticas y de lengua que dan en la tele. Si soy sincera creo que lo hago más bien para no aburrirme y pasar un rato ocupada que por seguir aprendiendo. Bueno, también servirá para no perder comba y seguir el programa. Porque ya veremos cuando lleguen los exámenes, ya. Los profesores tendrán que tener en cuenta todo esto y ser más comprensivos. En las clases de la tele, los profesores usan pizarra y veledas. Me gusta, parece que estemos en el aula. Yo tenía miedo de que explicaran en plan muy moderno, con efectos especiales. Como están en la tele. Eso sí. A la señorita que explica lengua en la tele se le entiende mucho mejor que a la del cole.
Hoy no tengo muchas ganas de escribir en el diario. Estoy muy triste. Ha pasado algo que no me puedo quitar de la cabeza. En el piso de al lado vive un matrimonio mayor. Su terraza y la nuestra están casi juntas. Viven solos. Mejor, vivían. El marido ha muerto en el hospital por el virus hace tres días. Esta tarde ha llamado a mamá por teléfono y le ha pedido que saliera a la terraza. Estaba llorando allí hacía un rato y no quería llorar sola.
Estoy mejor que ayer. Menos triste. Hemos cenado pronto y después hemos visto todos juntos una película en la tele, mamá, papá, Fede, yo, y la abuela, pero algunas veces ella se va entonces a la cama. Desde que empezó la encerrona casi todas las noches elegimos una peli. Nos cuesta ponernos de acuerdo, sobre todo porque Fede es pequeño. Por eso le dejan ver otras cosas en el ordenador, pero lo hace también con nosotros en el salón. Según. Es algo de lío, la verdad, pero qué suerte tenemos. Mis padres también suelen ver los telediarios en el ordenata y fuera de hora.
He oído contar que todas las mañanas hay un anciano que va al supermercado, compra una lata de cerveza y se la bebe despacio de vuelta a su casa. Y nadie le dice nada. Genial.
Luis Úrbez