Desde el viernes que fue mi último día de colegio estoy encerrada en casa con mis padres, mis dos hermanos y mi abuela, la pobre. Me aburro un montón, y se me ha ocurrido escribir algo así como un diario para entretenerme. La verdad es que siempre me han parecido algo estúpidas esas otras niñas que parecían presumir de llevar un diario. Se hacen las distintas, pensaba yo, pero ahora me doy cuenta de que eso de escribir te sirve y hace compañía.
Han pasado cinco días y ya no pongo lo de
sábado 14, domingo 15, lunes 16, al sentarme cada noche ante mi cuaderno. Todos
los días son iguales. Sin cole ni fines de semana ni otras alegrías del
calendario, hay que ingeniárselas cada día para inventar algo que te saque del
parón. Mi abuela dice que estamos confinados pero no estancados, y que la vida
sigue pero de otra manera. No sé yo.
Después de cenar, papá y mamá se han liado en una discusión muy desagradable. Como antes coincidían poco en casa se ve que les quedaban cosas de que hablar. Si esto se repite mucho, será un fastidio. A lo mejor a ellos les ayuda para algo. Lo malo es que lo hacen delante de todos, no se cortan un pelo, y la casa es pequeña.
Los estudiantes que viven en el tercero han puesto un cartel en la portería. Se ofrecen a hacer recados. Y a mí que no me caían bien. Se meten a dos por tres conmigo cuando nos cruzamos. Una señora sola que vive en el primero no para de pedirles que le traigan esto o aquello, y yo la he visto antes salir a la calle todos los días y pasear con sus amigas. Pues ahora, la que me cae mal es ella. Y los chicos algo ingénuos.
Cada tarde a las ocho, salimos al balcón a aplaudir a los médicos y a la gente que cuida de los enfermos en los hospitales. Es una forma de darles las gracias. El primer día que lo hicimos mi padre quitó la bandera española que teníamos en el balcón. La había puesto cuando lo de Cataluña. Dice que una cosa no tiene nada que ver con la otra.
“¡Menuda factura del teléfono vamos a pagar!”.
Mi padre hoy ha estado a punto de darle una bofetada a mi hermano Fede. Fede
tiene dos años menos que yo, tiene diez años, y lo ha llevado muy a mal. Quería
hablar con sus amigos, por si están enfermos. Hace un rato Fede ha venido a mi
cuarto y me ha pedido prestado mi móvil. Se lo he dado. No sé si he hecho bien.
Todas las cadenas de televisión y a todas horas hablando de lo mismo. La gente tiene derecho a estar continuamente informada, ha zanjado mi padre. Sí, pero tendremos la tele llena de virus. Seguro que Mafalda diría algo así.
Ya. Quedarme en casa es mi obligación, pero tengo nostalgia del colegio y de mis amigas y amigos. Me gustaría poder salir y encontrarme con ellos, hacer planes, y no estar metida aquí todo el tiempo. Esto me entristece un poco, y también una pregunta que se me ha ocurrido: “¿cómo hacen para quedarse en casa los que no tienen casa?”.
Le estoy cogiendo el gusto a esto del diario. Quién sabe. Puede ser que cuando acabe este encierro siga escribiendo, aunque solo sean unas líneas cada día. Es bueno esto de echar fuera lo que llevas dentro. Los mayores no se prestan mucho para eso. A menudo están ocupados en asuntos más importantes. Y nos vendría a todos bien. La epidemia “te enseña” como el libro gordo de Petete. Esto me lo ha dicho mi abuela, pero no acabo de saber a qué libro se refiere.
Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.
Si desactivas esta cookie no podremos guardar tus preferencias. Esto significa que cada vez que visites esta web tendrás que activar o desactivar las cookies de nuevo.