¡365 días por delante…! ¡No: esta vez serán 366! Es decir, que tenemos un día de más en el calendario de nuestra vida. Y ¿qué se puede hacer en un día “de más”? ¿Y por qué tiene que ser el 29 de febrero y no otro cualquier día del año, añadiéndoselo al que nos dé la gana? ¿A qué día se lo añadiríamos y qué haríamos con él?¿Y por qué no repetir alguno?
Yo repetiría… el día de mi cumpleaños. ¿Por qué? Porque es un día más de vida, no sólo de la mía, sino de todo el mundo. Yo les regalaría a todos un año más de vida, ¡de vida buena, claro! Pero también repetiría un día más de perdón o reconciliación: sentir la alegría del estreno de una amistad recuperada.
Yo repetiría… el día que nació mi hija –me dice una amiga-. Ser madre debe ser una experiencia casi “religiosa” de encuentro con el nacer y con el morir. Estrenar futuro y soñarlo bonito.
Yo repetiría… ese día de “encuentro” con alguien amigo o amiga que nos ha hecho felices al sentirnos unidos, ese día cálido que nunca olvidaremos.
Yo repetiría… el día que se declarara de una vez por todas y sin remedio ni marcha atrás una paz universal y se destruyeran todas las armas, las nucleares y las de pequeño calibre, las metralletas y las minas antipersonales… ¡todas, absolutamente todas! Y haría con Dios –o con quien pudiera hacerlo- un día sin final hasta que se acabase el mundo. La gente, si tuviera que morirse, se moriría sólo de enfermedad y nunca de accidente.
Yo repetiría… el día que me enamoré y descubrí un mundo nuevo. Y pediría que ese día se repitiera todos y cada uno de los días de mi vida con mi pareja, los buenos y los malos, todos. Porque el verdadero amor cubre de luz todas las risas y las lágrimas juntas.
Yo repetiría un día de primavera y de sol, cuando comienzan a abrirse las yemas de los árboles. Y respiraría a fondo todas y cada una de las horas del día, sintiendo el palpitar de la vida que empieza. Y trataría de comunicar ese soplo de vida al verano, al otoño y al invierno, en cada uno de sus momentos estelares donde la naturaleza me enseña el arte de vivir.
Y al final despertaría de este sueño del uno de enero para descubrir toda la riqueza posible que encierra el comienzo de un año más para vivir. Y decidiría ser feliz.
José Luis Saborido
Cursach, S.J.