Este domingo celebramos Pentecostés. Para mi es una de las fiestas importantes en la Iglesia, infinitamente más que la Inmaculada concepción o la Asunción, por ejemplo, aunque ésas sean no laborables en el calendario. Por suerte, en algunas comunidades autónomas y localidades, todavía se mantiene como festivo la denominada “Segunda Pascua”.
¿Y qué ocurrió en Pentecostés? Si hacemos una lectura un poco “desordenada” del texto, vemos que los que habían seguido a Jesús llevaban tiempo medio encerrados por miedo. En ese confinamiento habían recordado muchas frases, gestos y acciones de Jesús, habían compartido sentimientos y experiencias, relacionado acontecimientos, comprendido mejor las parábolas, y soñado con qué hacer en el futuro. Seguramente muchos de nosotros hemos aprovechado el confinamiento para cosas parecidas relacionadas con nuestras vidas: ordenar recuerdos, compartir experiencias con otros confinados (las redes sociales echaban humo), entender mejor lo que nos ocurre, modificar algo nuestra escala de valores, planificar, etc.
Hubo un momento en el que los discípulos (y discípulas), aprovechando que había mucha gente venida de fuera en Jerusalén por la festividad judía de la cosecha (50 días después de la Pascua, de ahí lo de Pente-costés), decidieron salir y empezar a anunciar el mensaje de Jesús. Y para gran sorpresa de ellos, la gente les entendía y bastantes se sumaron a la “causa” (tres mil almas). Puede que antes no lo hubieran hecho por que no estaban maduros, les faltaba un “empujoncito”, o pensaron que las gentes de “todas las naciones” serían más receptivas que las de la Nación elegida.
Está claro que les dio un subidón, tanto que algunos habitantes pensaban que estaban borrachos. No era una cuestión de idiomas, sino de que el lenguaje del Amor es universal. Supongo que esa noche, o los días siguientes, hablaron entre ellos de lo que había ocurrido y de cómo habían tomado la decisión de salir. Con sus palabras describieron que tenían “fuego en sus lenguas”, que no podían callarse más, y que el viento les abrió la puerta, como si fuera una señal del cielo que les invitaba a salir.
Esta interpretación de lo ocurrido en Pentecostés puede que nos de pistas sobre lo que estamos ahora viviendo en el desconfinamiento. Ha sido un tiempo especial, que estaría bien guardar de la mejor manera posible. Pueden ser libros leídos, textos escritos, mensajes intercambiados, fotos, capturas de pantalla, canciones, películas, manualidades, recetas de cocina. Todo puede tener una lectura a posteriori que nos dé luz sobre lo que vamos a hacer o incluso ya hemos empezado a hacer. Un amigo mío decía el otro día que estábamos como bombillas incandescentes, y le dije, eso es una versión moderna de las lenguas de fuego.
Y siguiendo con Pentecostés, de lo que se trata es de utilizar más el lenguaje universal del Amor. No saldremos adelante sólo reactivando el consumo, yendo a las rebajas y al fútbol, tomándonos cañas a cascoporro, seduciendo a los turistas europeos a cualquier precio, exportando coches o construyendo más edificios. Parece como si estuviéramos deseando que vuelva a haber atascos de tráfico monumentales, que el aire se vuelva otra vez irrespirable, que no se pueda pasear, que volvamos a la comida basura, que no nos quede tiempo para lo importante. ¿Es ahí donde queremos “salir”?
Los cambios hay que pensarlos poniendo a todos en nuestro horizonte, especialmente a los más débiles, a los venidos de fuera, a las generaciones futuras. La sociedad de los cuidados debe prevalecer sobre los “yoismos”. Hay que tener visión “planetaria”: todo está relacionado. No nos podemos salvar (de cualquier tipo de virus) individualmente. Tanta crítica y crispación no son del “buen Espíritu”. Aprendamos del pasaje de Pentecostés y salgamos a anunciar una nueva época en la que prime el respeto por el otro, el bien común y la solidaridad. Seguro que se nos entiende.
Javier San Román Saldaña