La tarea espiritual de unificación es fundamental para vivir una vida auténticamente humana, integrando todas las dimensiones de la persona en Dios. Desde la espiritualidad ignaciana se nos invita a no tener el entendimiento partido en muchas cosas (EE. Anot 20) y de este modo, expresar la fuerza que tiene la unidad e integración personal vivida en los EE.EE. Es un aprendizaje para la vida.
El “Dios verdadero” es un Dios que nos sumerge a fondo en el mundo al que tanto ama.
Nos centramos en el silencio en Dios y con Dios. El silencio podemos vivirlo en nosotros como una pasividad que, lejos de aislarnos, puede conducirnos a una verdadera comunicación con Dios y hacerlo activo si lo llenamos de paciencia. Tarea que nos llama a estar receptivos en la profundidad de nuestra casa interior, la personal de cada uno, con disposición para recibirle, prestándole atención, mucha humildad y confianza. Esta humildad requiere salir de nosotros mismos, vaciarnos de nuestro yo y alejando lo que nos estorba para dejarle espacio interior.
Requiere asimismo dejarnos moldear como arcilla para que sus manos, las de Dios, nos moldeen y salgamos transformados.
¿Y qué decir de la soledad? Van juntos de la mano, silencio y soledad caminando y haciendo experiencia de interioridad. Nada hay que pueda colmar las necesidades de nuestro corazón.
Quizá hayamos de ir más despacio, a Jesús jamás le vemos correr en el evangelio y pasaba a la otra orilla para descansar.
Nos tendremos que preguntar si nos atrevemos a soltar esos ruidos que aparecen de fondo y que hacen que lo profundo quede solapado en ellos por pereza, por temor, porque nos agobia, por huida, porque hay que dejarlo pasar, porque nos trastoca, porque no deseamos afrontar…
La gran soledad que canta Rainer María Rilke es el gran silencio exaltado por Maurice Zundel.
Nos dice: “Escuchar, callarse y respirar”, ampliar nuestro ser despojándonos de nosotros mismos hasta olvidarnos de nosotros.
Se trata de una vocación, de una llamada a la soledad y al silencio, pues son una forma de vaciarnos, permitiendo que advenga otro inesperado en el seno mismo del reino de nadie y emerja una palabra inaudita; un soplo vivo en el seno de la ausencia (Sylvie Germain). Así, el silencio nos conduce a la escucha de Dios, de nosotros, del otro.
Etty Hillesum: “Mi vida no es sino una perpetua escucha ‘dentro’ de mí misma, de los otros, de Dios”. Y Angelus Silesius nos indica parte del camino: “Ve allí donde no puedes, mira donde no ves; escucha donde nada susurra, estás entonces donde habla Dios”.
Nos callamos, escuchamos nuestra propia respiración y nos preguntamos: ¿Qué pasaría si nos dispusiéramos de verdad a regalar a los otros lo que nosotros mismos ya hemos
encontrado?
Isabel Muruzábal- Comunidad de Vida Cristiana (CVX)