Sin ancianos no hay futuro

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Sin ancianos no hay futuro

MANIFIESTO DE SANT´EGIDIO

Ante el alarmante número de ancianos muertos en muchos países europeos durante la actual pandemia del Covid 19, la Comunidad de Sant´Egidio promueve la promulgación de un manifiesto europeo a favor de la rehumanización de la sociedad. Dicho manifiesto, que a continuación reproducimos, ha sido firmado por destacadas personalidades de la cultura, la política, y los negocios; entre ellos, Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de Sant´Egidio, Romano Prodi, expresidente de Italia y de la Comisión Europea; Felipe González, expresidente del Gobierno de España; el filósofo Jürgen Habermas; el filósofo y catedrático, Miguel Castells; Stefania Giannini, directora adjunta de la UNESCO; Irina Bokova, exdirectora de UNESCO; Jeffrey Sachs, director de UN Sustainable Development Solutions Network; o Matteo Zuppi, cardenal arzobispo de Bolonia.

La comunidad de Sant´Egidio, impulsora de la iniciativa, fundada en Roma por el historiador italiano Andrea Riccardi, es una “Asociación Pública de Laicos de la Iglesia” a la que pertenecen más de 50.000 personas, comprometidas a evangelizar el mundo, por medio de la oración, la comunicación del Evangelio, el ecumenismo, el diálogo y el trabajo por la paz. Es uno de los líderes mundiales en la campaña sobre VIH/sida, sobre todo en África.

Este es el comunicado, al que el Centro Pignatelli se adhiere de corazón:

Sin ancianos no hay futuro. Manifiesto europeo para la rehumanización de la sociedad. No a una sociedad selectiva.

“Durante la pandemia de la Covid19 los ancianos están en peligro en muchos países europeos. Las dramáticas cifras de muertos en residencias hacen estremecer.

Habrá que revisar muchas cosas en los sistemas sanitarios públicos y en las buenas prácticas necesarias para llegar a todos y curarlos con eficacia. Pero nos preocupan especialmente las tristes historias de mortaldades de ancianos en residencias. Todo esto no habría ocurrido si no se estuviera abriendo paso la idea de que se pueden sacrificar sus vidas en beneficio de otras. Es lo que el Papa Francisco define como «cultura del descarte», que priva a los ancianos del derecho a ser considerados personas y los relega a ser solo un número y, en algunos casos, ni siquiera eso.

En muchos países, ante la necesidad de atención sanitaria está surgiendo un modelo peligroso que fomenta una «sanidad selectiva» que considera residual la vida de los ancianos. Así, su mayor vulnerabilidad, su avanzada edad y el hecho de que pueden ser portadores de otras patologías justificarían una forma de «elección» a favor de los más jóvenes y de los más sanos.

Resignarse a una solución de este tipo es humana y jurídicamente inaceptable. La base de la ética democrática y humanitaria consiste en no hacer distinción entre personas, ni siquiera a causa de su edad. Se trata de principios que forman parte de una visión religiosa de la vida pero también de los derechos humanos y de la deontología médica. No se puede aceptar ningún «estado de necesidad» que legitime o dé cobertura al incumplimiento de dichos principios. La tesis de que una menor esperanza de vida comporta una reducción «legal» del valor de dicha vida es, desde un punto de vista jurídico, una barbaridad. Que eso se produzca a través de una imposición (del Estado o de las autoridades sanitarias) ajena a la voluntad de la persona representa un intolerable atropello añadido de los derechos de la persona.

La aportación de los ancianos sigue siendo objeto de importantes reflexiones en todas las culturas. Aceptar que no tienen el mismo valor significa romper la trama social de la solidaridad entre generaciones y desmembrar toda la sociedad. No podemos dejar morir a la generación que luchó contra las dictaduras, que trabajó por la reconstrucción después de la guerra y que edificó Europa. Aceptar la muerte «anticipada» de los ancianos a causa de una mentalidad utilitarista es una hipoteca para el futuro, pues divide la sociedad en clases de edades e introduce el peligroso principio de que no son iguales.

Creemos que es necesario reafirmar con fuerza los principios de igualdad de tratamiento y de derecho universal a la asistencia sanitaria conquistados en los últimos siglos. Es el momento de dedicar todos los recursos que sean necesarios para proteger el mayor número de vidas posible y para humanizar el acceso a la atención sanitaria para todos. Que el valor de la vida sea siempre igual para todos. Quien rebaja el valor de la vida frágil y débil de los más ancianos, se prepara para desvalorar todas las vidas”.

Con este llamamiento expresamos nuestro dolor y nuestra gran preocupación por el elevado número de ancianos que han fallecido en estos meses y esperamos que se desate una revuelta moral para que cambie la dirección en la atención sanitaria a los ancianos y para que estos, sobre todo los más vulnerables, jamás sean considerados un peso o, aún peor, inútiles”.

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