En la muerte de Ennio Morricone

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En la muerte de Ennio Morricone

La madrugada del lunes 6 ha fallecido en una clínica de Roma Ennio Morricone, todo un mito de mi afición cinéfila, y del mundo musical cinematográfico en particular, junto con Nino Rota. La música para películas está llena de genios, lo sé, pero para aquel joven ilusionado, que aterrizaba en Italia en los años sesenta para estudiar cine, los nombres de un Rota ya maduro y de un Morricone casi incipiente, fueron mi primer toque de gracia en una devoción emocional y estética que no ha cesado.

Con Nino Rota la cosa venía ya de un poco antes. Todo había empezado a mis diecisiete años, en el desaparecido cine Elíseos de Zaragoza, con el llanto que me produjo la trompeta triste de Gelsomina en La strada de Fellini. Años más tarde, en los sesenta, sufría lo mio en aquellos duelos a muerte de los spaghetti western de Sergio Leone mientras golpeaba mis oídos la música obstinada e irritante de Ennio Morricone, al que todavía estaba por descubrir.

Nino Rota, que escribió su primera partitura para una escena lírica a los trece años, nos dejó hace ya más de cuarenta años. Ennio Morricone, que tocaba la trompeta desde niño y había compuesto su primera obra a los seís años, nos ha dejado al principio de esta semana, pero la hermosura de su música, por la magia imperecedera de lo bello, seguirá preñando nuestras horas de recuerdos, de imágenes, de personajes, de historias, de emociones… Porque si algo hizo de maravilla Morricone fue conseguir implicarnos emocionalmente en cada una de las películas que musicaba.

La lista de premios y reconocimientos que Morricone obtuvo en vida – este año 2020 iba a recibir el Príncesa de Asturias de las Artes – no voy a traerla aquí. Son importantes, conocidos y muy abundantes. Aunque solo ganó un Oscar. Hay quien piensa que a la gente de Hollywood no le caía bien porque, a pesar de que un estudio le ofreció
allí una villa, nunca quiso trasladarse a vivir a Los Ángeles. Tampoco es cuestión de sacar a relucir aquí, repasando su extensa filmografía, al insoportable crítico que uno lleva dentro. Ennio Morricone fue uno de los compositores más versátiles de la historia del cine, y algunos de sus trabajos están catalogados como auténticas obras de arte. A lo largo de su carrera ha vendido más de setenta millones de discos y compuesto más de 500 bandas sonoras para cine y televisión. Artífice también de música sinfónica o de arreglos para canciones. Quede así.

Ahora, me afloran todo tipo de recuerdos pequeños, momentos simples quizás, pero que ocupan un lugar entrañable en mi memoria sentimental, o forman parte de algunos de esos instantes privilegiados en los que, escuchando su música, unas veces aisladamente y otras en el ámbito audiovisual de la escena concreta, uno se ha sentido a sí mismo y a los otros. Hablo de su contribución a la fuerza popular de Novecento, de la hondura épica y lírica de La misión, de la tierna nostalgia de Cinema Paradiso, por ejemplo.

En 2019 recaló en España por última vez. Tres conciertos en Madrid y Bilbao. Fue su despedida. Entonces, en una entrevista a El País, comentó: “No me dejo ver nunca, no me expongo, no acudo a ciertas invitaciones. Me quedo en casa”. Se definía a sí mismo como tímido. Y así, la familia ha anunciado que los funerales serán en privado “por
respeto al sentimiento de humildad que siempre inspiró los actos de su vida”. En su conversación con el periodista de El País el maestro Morricone también dijo: “No sé como será el más allá. Esperemos que esté bien”.

Luis Úrbez

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