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Noé y los coronavirus

Leyendo el otro día a mi buen amigo Fernando Vidal, que está escribiendo un diario con reflexiones sobre la pandemia en Vida Nueva, recordé temas de conversación en los que aparecen catástrofes y la interpretación que de ellas hemos hecho a lo largo de la Historia.

Para los que tienen una imagen de Dios justiciero y legislador, la explicación es evidente: castigo divino. La humanidad se ha desmandado y viene el de arriba a ponernos en nuestro sitio. Esta forma de pensar es muy habitual entre creyentes, e incluso entre no creyentes. Los males son muchos: el despiporre sexual, la corrupción, las drogas… hasta el daño ecológico. Todo requiere un castigo o por lo menos un susto. Incluso alguien dirá: no sé por qué es, pero él lo sabrá. No hay que ir muy lejos para encontrar gente así, hasta un obispo tenemos: el auxiliar de Astana, Atanasius Schneider.

En el Antiguo Testamento podemos encontrar abundantes episodios en los que se nos presenta un Dios obsesionado con prohibir y castigar. Pero no nos olvidemos que esa “palabra de Dios” es la recopilación de textos de diferentes culturas y autores, muchas veces contradictorios.

Y un pasaje que todos tenemos en nuestra cabeza es el del “Diluvio universal”, que aparece en el Génesis, “poco después” de la creación. Recoge una tradición mesopotámica de una gran inundación de los ríos Tigris y Eúfrates que arrasó la civilización, allá por el dos mil y pico antes de Cristo. Una familia sobrevivió a ese desastre. El patriarca de esa gran familia se llamaba Noé, y parece ser que tenía una barca grande.

Tras el “susto de muerte”, Noé interpretó que Dios se había cabreado por la (mala) vida que llevaban. ¿Quién no encuentra en su historia cosas que ha hecho mal, o por las que no ha sido suficientemente agradecido o consciente? Si tu Dios es de “ese tipo”, después de los truenos, zarandeos de la barca, y momentos de angustia durante días y noches, es fácil que hagas una promesa, aunque no seas muy creyente, y te plantees un cambio de vida. Al salir vivo y pisar tierra firme, y ver el arco iris, y contigo salvada a tu amplia familia, incluidos los animales ¿Quién no se siente escogido por Dios?

La experiencia de vivir una situación límite y que luego cambie algo en nosotros, seguramente no nos es extraña: un accidente de tráfico, una enfermedad grave, un atentado cercano, un desastre natural, etc., pero también habremos experimentado que un mismo hecho afecta de forma muy diferente a unos y a otros, unos aprenden, sacan conclusiones, cambian, y otros no.

Con la pandemia del coronavirus estamos ante un desastre casi planetario. Permanecemos encerrados en nuestras arcas, pasando miedo. Seguramente estamos arrepentidos por unas cuantas cosas que hemos hecho y por otras que se nos olvidaron. Es fácil que hayamos formulado promesas varias. Curiosamente hasta hemos llenado nuestras ventanas con el logo universal (y evocador del diluvio) del arco iris, junto a la frase “Todo va a salir bien”.

Esperemos que cuando esto acabe y pisemos tierra firme hagamos como Noé un “altar” al Señor que nos ha salvado, es decir, cambiemos algo nuestras vidas, y seamos más agradecidos, especialmente a todas las personas que desde el mundo sanitario y de servicios nos han mantenido a flote en medio de la tempestad.

Javier  San Román

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