Una de las cosas que seguro hemos experimentado durante este confinamiento es que se nos ha ocurrido alguna reforma. En mi caso la idea fue de mi esposa, así que en la tercera semana, nos pusimos con un movimiento de muebles, y ya de paso a ordenar y tirar cosas.
Tener tiempo abundante es una oportunidad para reflexionar, dejarse empapar por la realidad, rehacer tu escala de valores, soñar, ordenar los recuerdos. En los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola, si ya tienes un estado (estilo) de vida optado, a lo que se te animan es a que hagas una reforma, es decir, modificaciones en tu día a día, más acordes con lo que has experimentado en ese proceso interior.
También a nivel social parece que va a haber cambios: la movilidad se está replanteando, el estilo de ciudad, la calidad del aire que respiramos, la capacidad de fabricar ciertas cosas vitales, la sanidad, la atención a los que han quedado desasistidos, etc.
Quisiera proponer algunas cosas sencillas que, en clave ecológica, podríamos cambiar.
Hemos experimentado que el problema está en las grandes urbes. Wuhan es una ciudad de 11 millones de habitantes. Nueva York son 8, Madrid 5, etc. En el mundo rural la expansión del coronavirus ha sido bajísima. Quizá no se está tan mal en los pueblos o ciudades pequeñas, donde puedes vivir con mayor libertad y relajación, sin tener que usar todos los días transportes públicos saturados o sufrir continuos atascos.
El aire de las ciudades ha mejorado claramente. No utilizar apenas los coches, nos ha revelado un medio urbano mucho más habitable. Incluso ayuntamientos han cortado calles o carriles para que los ciudadanos tengan más espacio para pasear e ir en bici. ¿No será ese el camino a seguir? Además, mejoramos nuestra salud, lo mismo que al evitar los ascensores y utilizar las escaleras.
El coronavirus ha viajado en avión. Nos habíamos acostumbrado a tomar aviones como el que sale de paseo: viajes de fin de semana a cualquier capital europea, overbooking en los puentes aéreos, “cabinas calientes”, es decir, entrando en el avión justo nada más salir el último, y por supuesto todo subvencionado con dinero público, que para eso hemos construido tantos aeropuertos. Parece que esto se ha acabado. Habrá que replantearse las vacaciones. La aviación ha vivido una burbuja que veremos quién la paga ahora. Era un lujo poco sostenible.
Durante dos meses casi sólo hemos comprado comida. Resulta que se puede vivir sin estar consumiendo continuamente, cambiando de ropa, de teléfono, de videojuego. Incluso en algunas casas se ha aprovechado para arreglar aparatos o prendas, es decir, para alargar la vida de las cosas y revelarse contra su obsolescencia programada.
Para evitar (como decía un chiste) acabar el confinamiento con un “anticuerpo”, gran parte de la gente ha procurado comer saludable y en menor cantidad. Nos econtramos mejor ingiriendo menos y haciendo comidas sanas. En nuestra casa, bastantes días ha habido plato único de garbanzos o lentejas ¡Qué maravilla! Incluso hay quien propone que, en situaciones de poca actividad física, se hagan sólo dos
comidas al día.
Algunos estamos teletrabajando y, aunque ha costado adaptarse, al final descubres que se puede vivir menos estresado, sin tanta reunión, centrado en los asuntos importantes, y que queda tiempo para cuidar otras cosas que nos aportan paz y equilibrio.
Podemos seguir con valorar más lo cercano, lo próximo, la familia, nuestros parques, las nubes, las macetas de casa, los libros, nuestros vecinos, las iniciativas solidarias, el personal sanitario y de servicios, etc.
Como el título de la famosa película: “Amanece, que no es poco”, igual no necesitamos mucho más para ser felices.
Javier San Román