Seguro que hay muchas cosas que nos han cambiado en estos tiempos de “pandemia” y de “confinamiento” obligado. Como no vivo en familia sé que me he perdido muchas cosas, bonitas unas y tal vez desagradables otras. Pero me lo imagino. Nunca en la vida hemos estado tanto tiempo juntos en casa, sobre todo con los hijos, y hemos aprendido a jugar con ellos. Nunca en la vida hemos tenido tanto tiempo para estar en casa, en silencio, ni para leer lo que no habíamos leído. Hemos aprendido a vivir sin comprar muchas cosas innecesarias. Nuestro nivel de consumo ha bajado y hemos descubierto que vivir con menos quizás es vivir más y mejor. Hasta los niveles de CO2 han disminuido, y el planeta se lo ha agradecido.
Hay otras cosas que, es verdad, nos han faltado: la longitud del pasillo para caminar, el aire para respirar, la cañita o el vino para charlar con los amigos, el cine para ver los estrenos del viernes, la carretera, el tren o el autobús para el viaje que queríamos hacer….Y también muchas cosas que nos han sobrado, como las horas de televisión, las horas de aburrimiento, la soledad y la distancia, el número de llamadas y wasaps…
Pero hay una cosa muy importante que también hemos aprendido: la palabra “nosotros”. De repente hemos palpado la importancia de que “todo está conectado”. Que no somos nada ni nadie sin el otro o los otros. Que el “nosotros” es más importante que el “yo”.
Incluso que “ellos” me son imprescindibles para poder ser “yo”. Que no somos islas sino continentes. Que la “comunidad” humana es tan esencial que, sin ella, yo dejaría de ser quien soy. Que las ventanas son más importantes que las puertas.
Ninguna de esas cosas que hemos aprendido deberíamos olvidarlas el día que salgamos del “confinamiento”. Porque olvidarlas sería volver al estado primitivo de inhumanidad en el que hemos estado viviendo antes. Sería un retroceso imperdonable, ahora que hemos “conquistado” ese “nosotros” que nos puede salvar del individualismo, del consumo y del sistema. Perder ese “nosotros” sería perder la posibilidad de transformar las estructuras políticas, económicas y culturales del “cainismo” en que hemos estado viviendo y recaer resignadamente en “lo viejo”. Ese “nosotros” es un tirón que nos arrastra más allá del neoliberalismo y el mercado que suponen que el bienestar de mi “yo” supone automáticamente el bienestar y la felicidad del conjunto.
Yo sueño, irresistiblemente”, en que nuestro confinamiento pueda servir para aprender a vivir y ser de otra manera, aunque para ello haya que seguir luchando por destruir el “otro modo” -ya periclitado- de construir la vida social, la vida económica, la vida política y la cultura de la banalidad. “Ellos” no nos lo van a permitir, porque se juegan mucho si perdemos el “yo”. Y se van a empeñar en seguir aleccionándonos sobre lo bueno y maravilloso que es poner el partido por encima del bien común, y el consumo por encima de la felicidad, y el dinero por encima del amor, y el tener por encima del ser. Pero ahora estamos vacunados, o podemos estarlo, si queremos. Hemos tenido la posibilidad de aprender la “resistencia” y la “paciencia”. Hemos aprendido que “aplaudir” a las ocho es una manera de luchar y que hemos de traducirlo, creativamente, en “otra cosa”, en otro “pan y circo”, en una “nueva realidad” que tire por la borda el “viejo mundo” con el que nos habían engañado…
José Luis Saborido Cursach