¿Alguien se acuerda cómo celebró este año el día de Acción de Gracias? La respuesta es sencilla: ¡Eso sólo se celebra en EEUU! Sin embargo seguro que todos recordamos su derivada: el Black Friday. Nos lo metieron por las orejas, los informativos no hablaban de otra cosa. Y si esto fuera poco, luego viene el Cyber Monday. Una festividad entrañable y familiar de los norteamericanos ha terminado “exportada” como una borrachera consumista.
Pero esto no es nada si lo comparamos con lo que se avecina: la Navidad. Ahora en el “puente inmaculado” ya hemos empezado con la iluminación. Vigo compite con Madrid y ambas con otras capitales mundiales. Hace ya unos cuantos años la iluminación no tiene nada que ver con la celebración: por supuesto ni belenes, ni estrellas, pero ya casi ni árboles. Como mucho dibujos de regalos. Digamos que, cual reflejo de Pavlov, unas lucecitas por las calles nos segregan los jugos consumistas.
Además este año hay que consumir. Hay que levantar la economía, que está muy maltrecha tras tanto confinamiento. Si otros años nuestra conciencia nos avisaba de que no nos pasáramos, éste tenemos un mandato patrio: ¡España te necesita: consume!
Y empezaremos por la Lotería, que -tal como nos recuerdan todos los días-, es “esa tradición tan nuestra en la que hoy, más que nunca, compartir un décimo con compañeros, familiares y amigos simboliza nuestra manera más solidaria de vivir la Navidad”. Es decir, si quieres hacer algo realmente bueno, regala Lotería. Así conseguirás que unos pocos afortunados se hagan muy muy ricos, y la mayoría un poco más pobres. Claro que siempre están los que ven esto interesante para el país, pues no deja de ser una forma voluntaria que pagar impuestos: el 30% se lo queda Hacienda, unos 1.000 millones de euros.
Luego vendrán las comilonas, es decir, comer mucho más que lo que necesitamos. Este año por lo menos nos libramos de todas las previas. Los informativos nos irán indicando si los pequeños comerciantes quedan contentos con nuestro consumo. Curiosamente nunca sale un portavoz de Amazon, o de una gran cadena comercial: son fechas para entrevistar a los del mercado de siempre. Y si nos pasamos de azúcares y alcohol, luego podemos apuntarnos a un gimnasio, o comprarnos el último grito “quema grasas”, que a los meses no sabremos qué hacer con él (aunque ahora eso no es problema, ya que lo puedes vender por Wallapop).
No hay Navidad sin regalos. La pregunta de los días siguientes será ¿Y a ti qué te han regalado? Si no tienes unas cuantas cosas es que no te quieren suficientemente. Y claro, si quieres tener tendrás que dar. Así que ¡A comprar! No importa mucho lo que compres, que luego se puede ir a cambiar… y de paso te das una vuelta por las rebajas.
No sigo, que me dicen en casa que parezco Scrooge, de Cuento de Navidad (Charles Dickens). El caso es que otras culturas no cristianas nos ven y sólo ven lo que consumimos, así que ¿Por qué no van a celebrar ellos también la Navidad? Si se trata de consumir, sirve cualquier excusa.
El Papa Francisco nos recuerda en la Laudato si esta problemática: “Dado que el mercado tiende a crear un mecanismo consumista compulsivo para colocar sus productos, las personas terminan sumergidas en la vorágine de las compras y los gastos innecesarios” (LS 203). “Mientras más vacío está el corazón de la persona, más necesita objetos para comprar, poseer y consumir” (LS 204). “Un cambio en los estilos de vida podría llegar a ejercer una sana presión sobre los que tienen poder político, económico y social”… “Comprar es siempre un acto moral, y no sólo económico” (LS 206).
Otra cita más profana, difundida tras la cuarentena: “Nuestra economía se derrumba tan pronto como deja de vender cosas inútiles a personas sobreendeudadas” (Jacques Littauer en Charlie Hebdo).
Pues ya tenemos las pistas: evitemos la compulsividad; vayamos a comprar, no de compras. Pensemos antes lo que necesitamos o lo que queremos regalar. Una manualidad, una carta, una experiencia, un paseo, una excursión, una visita, un te quiero (a falta de beso), pueden ser mucho más creativos y más adecuados en tiempos de COVID. También un buen alimento ecológico, criado con cariño, de kilómetro cero, de comercio justo, en vez de una acumulación de productos para atiborrarnos. Nuestra salud nos lo agradecerá, y también las generaciones venideras.
Y, si es posible, llenemos el corazón del otro. Navidad es la celebración de lo sencillo, del Dios humano, cercano, impotente, que necesita cuidados. Es increíble cómo hemos pasado de un pesebre a un centro comercial. Nuestro planeta, ese que se nos encomendó que cuidáramos, ese en el que Dios se encarnó acampando entre nosotros, necesita cariño. No hay planeta B. ¡Que podamos seguir celebrando la Navidad muchos siglos más!
Javier San Román Saldaña