Ser humano: la herida infinita

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Ser humano: la herida infinita

Josep Maria Esquirol ha publicado un nuevo libro (Humano más humano. Una antropología de la herida infinita, Barcelona, Acantilado, 2021) con el que completa la trilogía iniciada con los dos anteriores, que también editó Acantilado: La resistencia íntima (2015) y La penúltima bondad (2018). Esta vez nos ofrece una antropología filosófica que profundiza en la realidad humana desde la herida en que consistimos los seres humanos. Presentar al hombre como “herida” —y como herida infinita— no deja de ser una apuesta arriesgada, pero es el resultado de la indagación del filósofo que es Josep Maria Esquirol, quien, en ese camino de detenimiento y perseverancia en que consiste el pensamiento, escucha con atención las respuestas que va hallando y las expone en un ejercicio sencillo, pero imponente, de profundización. Fiel a su proyecto de una filosofía de proximidad, el autor vuelve a regalarnos hondura y sencillez en esta visión real y hermosa del ser humano para la que despliega un ejercicio riguroso de pensar que, como él expresa, no recorre grandes extensiones; lo suyo es ahondar, adentrarse en lo profundo e indagar en el pozo sin fondo de la realidad humana. 
Esta antropología, a fuerza de centrarse en la realidad humana, se orienta claramente hacia el otro. Por eso alberga una filosofía que se curva, que se inclina con respeto hacia el prójimo, como lo hace la bóveda celeste sobre la tierra; y una filosofía que sabe detenerse y acompañar, esperar y dar abrigo. En la entraña misma de la persona está esa herida infinita en que, para Josep Maria Esquirol, consistimos los seres humanos. Y cuatro son los grandes reflejos de la herida —“incisión cruciforme de la herida infinita: he aquí la esencia de la vida humana” (p. 66)—: la vida, la muerte, el tú y el mundo, lo más real y certero del vivir, pues “no hay nada más real que cada una de las cuatro incisiones de la herida infinita” (p. 156). Vivir no consiste sino en estar cada vez más excedido por estas heridas, y aprender a vivir es precisamente lograr acompañar y dar respuesta a tal exceso.
Josep Maria Esquirol presenta la historia del pensamiento como una monumental glosa de las cuatro heridas infinitas. No se trata de ningún recurso poético, sino de pensamiento auténtico, una labor admirable de coherencia, apertura y diálogo con otras filosofías, con otros pensadores y filósofos: desde Nietzsche —muy presente en toda la obra de Esquirol— hasta Foucault, pasando por san Agustín, Sartre, Heidegger, Ricoeur, Bachelard, Hannah Arendt, Adorno, Walter Benjamin, Lévinas o Simone Weil, por nombrar sólo algunos. 
La experiencia del inicio —somos un inicio absoluto— frente a la realidad de la muerte es otra aportación significativa de este libro, que muestra algo en lo que pocos reparan: lo “inexplicable” de cada vida humana, por encima de saber que la vida es finita y termina en muerte. Esta experiencia del inicio incide en lo contingente, en lo pequeño, en el canto que “celebra y cuida”, y que salva por su calidez y por el acogimiento que ejerce (p. 45); contraviene así Esquirol la mirada de Sartre cuando éste llega a disolver al ser humano en el anonimato de la masa. “Sentirme inexplicable equivale a no sentirme ni necesario ni debido ni, tampoco, producto del simple azar” (p. 37), y es una experiencia que conviene preservar de la amenaza tecnológica y de ciertos pensares demoledores o sin esperanza. Por eso es tan importante el nombre que nos damos en la vida, y que, en última instancia, sólo Dios podría darnos, pues descubrir la propia contingencia muestra que el ser humano no puede ser fundamento de sí mismo.
Josep Maria Esquirol ve la vida humana como respuesta: a lo que nos pasa, ante el otro… “Algo nos pasa —y nos rebasa— y respondemos: esta es la estructura fundamental de la subjetividad” (p. 55). Y destaca el perdón como respuesta a una herida, afirmando que el yo en dativo es mucho más radical que el yo en nominativo (p. 55).
La antropología de la herida infinita se articula así en torno a la profundidad y al detenimiento, que se van volviendo inclinación, curvatura: respetuoso inclinarse hacia el otro; esta curvatura es, además, poiética, “acción cuidadora que acompaña las heridas infinitas, que crea mundo y que intensifica la vida desde la gravedad” (p. 88). Y en aras de esta hondura que penetra y hace que las heridas sigan latiendo —que respiren—, Josep Maria Esquirol entiende la vida espiritual como una suerte de cuidado de lo inolvidable, y comprende desde ahí que amar no es sino el primer infinitivo de la vida (p. 29).
La persona, pues, y su apertura al otro, protagonizan esta “antropología de la herida infinita” que se adentra en lo más íntimo del hondón humano; descubrimos así la responsabilidad del vivir porque en ese hondón la persona se reconoce libre. Y este descubrimiento provoca otro movimiento esencial: el que genera la propia libertad al ser entendida como don que lleva a cada ser humano a emprender la orientación de su vida desde esa misma hondura de su ser.
Para comprender y sentir esta filosofía que ensancha la mirada y la hace penetrante, se requiere, desde luego, silencio, que es una vibración de la profundidad, como también lo son la palabra y el canto (p, 99). En este sentido, Josep Maria Esquirol invita también a adoptar la sencillez y la dulzura franciscanas como formas de vida, y expresa que el filósofo está llamado a cierta minoridad: “llegar a ser, más allá de toda altivez, un filósofo menor en medio de los hermanos menores” (p. 128).
Aunque no den cuenta de todo el contenido del libro, estas palabras invitan encarecidamente a su lectura, a entrar en esta filosofía cercana, menor y, sobre todo, profunda, que no carece de la categoría kierkegaardiana de la seriedad. Una filosofía sin lujo, como quiere su autor, que no deja de ser un lujo de filosofía, hecha con desacostumbrada hondura, con calidez, con verdaderas entrañas.

Carmen Herrando

Blog publicado el 22 abril de 2021
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