En los tiempos que vivimos eso de “estar al día” es ya una pretensión poco ambiciosa que incluso suena a antigua. Las comunicaciones actuales propugnan un tipo de información – que a la larga deriva irremediablemente en modo cultural – que se esfuerza por adherirse a la realidad inmediata del presente mundo, o mejor, del mundo en presente, de lo que acaece ahora mismo, de lo que, en segundos, será pasado casi irrecuperable y, en cualquier caso, será solapado y enterrado, hasta olvidado, por otra información puntual e instantánea referida a otra realidad. Al ámbito comunicativo actual le preocupa lo que pasa ahora mismo, pero en el sentido más transitivo del término, “lo que pasa”, “lo que fuese y ya es ido”.
El proceso informativo – ya se trate de los profesionales o de la recepción del mensaje por parte de lo usuarios – está impregnado de una rápida e incesante obsolescencia o, dicho de otra manera, consumir y tirar. El informador, en medio de su trabajo, tiene la sensación de estar elaborando algo sumamente efímero, cuya existencia en el tiempo no irá mucho más allá de lo que dure su emisión. Palabras, imágenes, signos que se lleva el viento.
También el oyente, el lector o el espectador es víctima de este tráfico insólitamente acelerado, no escapa a las leyes de caducidad puestas en circulación por los nuevos medios. La posibilidad de gozar de una rápida, inmediata difusión de una noticia, un pensamiento, una imagen, al mismo tiempo en tantas partes, puede conllevar también una cierta conciencia de falsa omnipresencia sabihonda. Puede ser que nuestro hábito devorador de novedades a toda prisa vaya hurtando espacio a nuestra capacidad de reflexión o de distanciamiento sobre lo visto u oído.
EN ESTE PUNTO, UNA LECCIÓN DE LENGUAJE AUDIOVISUAL…
Hablando de la escasa posibilidad reflexiva o crítica que dejan al consumidor la multidifusión y la feroz fugacidad de los procesos informativos actuales, no es cosa baladí traer aquí una breve explicación de carácter lingüístico que tiene que ver con el mundo de la imagen. Las imágenes visuales, televisión, cine, videos, etc. cuando son en movimiento, no tienen otro tiempo narrativo que el tiempo presente activo. Es ese el tiempo de lectura del que las ve. Incluso las llamadas técnicas de “vuelta al pasado” o “vuelta atrás” (el flash-back”) no dejan de ser narraciones en tiempo presente de un acontecimiento pasado, el ayer traído al hoy. Aquellos señores de la película que juegan al ajedrez en un salón del XVII, vestidos con levita y jubón, y llevan encajes en las mangas, están jugando ahora delante de mis ojos, trasladados a mi presente contemplativo por obra y gracia de las imágenes en movimiento.
La comunicación audiovisual dominante que determina la forma expresiva de la cultura moderna contribuye, también así, a la creación de una dudosa conciencia de actualidad, de simultaneidad de acontecimientos percibidos que riman con mi presente vital, lo que acorta la distancia no ya histórica pero sí emocional, y de alguna manera los incorpora a la sobrevaloración del aquí y del ahora.
CONSIDERACIÓN FINAL
Tampoco una gran parte de los contenidos de las comunicaciones actuales es ajena a estos fenómenos, al polarizarse hacia la obtención de metas inmediatas y utilitaristas por las que el hombre – prisionero del instante – es incapaz de contemplarse desde el punto de vista de la totalidad, del pasado y del futuro, además de ese presente al que se apega y del que disfruta. Subiendo el tono, ¿Estaremos sosteniendo en exceso una cultura de paso en detrimento de la cultura histórica?
Y UNA CITA NO TAN VIEJA
Joaquín García Roca, nada menos que a finales del siglo pasado, escribió unas líneas que aquí no desentonan. “La cultura prometéica, asentada sobre el progreso y nuestras posibilidades de transformación, es sustituida por la cultura Narcisista. Si Prometeo era quien se ocupaba del futuro de todos, con una enorme confianza en sus propias posibilidades y en la valoración de su empresa, Narciso es quien sabe valorar su propio aquí y ahora”.
Luis Úrbez